Una obra pesada

Una obra pesada

Crítica sobre "Peso - un ensayo sobre la liviandad" de Carolina Silveira.

Escrita por Sofía Sartorio

En el marco del Ciclo Montevideo Danza, ocho cuerpos completamente desnudos danzaban el miércoles 31 de agosto a las 21 horas en la Sala Zavala Muniz. Abordada desde lo conceptual, Peso ensaya la liviandad y el peso a través de tres hombres y cinco mujeres.  Una sensación que estudiantes de danza pueden haber vivido en una clase de improvisación o contemporáneo pero esta vez en escena y con cuerpos desnudos.  Lo que esta hora y veinte dejó en mí fue una sensación pesada, una cabeza llena de cuestionamientos, ideas y muchas paradojas.

¿Cuál es el propósito de un director de llevar un acto performático a escena? ¿Tiene que haber un propósito? ¿Cuáles son los límites de la danza? ¿Qué nos dicen los cuerpos desnudos sobre nosotros mismos? ¿Qué sentido tiene pasar por un proceso de exploración tan grande entre cuerpos para luego proponer una escena donde el mayor placer se encuentra en quién lo hace y no en quién lo ve, o ese placer no es equitativo?

Es real que si se experimenta la sensación de peso y la sensación de liviandad que proponía tanto la directora como los cuerpos en escena, pero no fue hasta ver un cuerpo desaparecer que la atención se vio apagada. La obra logra captar la atención completa cuando uno entra y ve que ya empezó sin necesidad de un espectador presente y cuando un cuerpo deja de ser cuerpo visto en escena. Acostado en el suelo horizontalmente se encuentra este último en escena y seis cuerpos se colocan arriba generando una imagen sumamente impactante. Entre medio de estas dos imágenes peso resulta pesada, y así como redundante parece, la obra presenta consignas de improvisación y composición en tiempo real que por momentos se vuelven muy densas.

Como dice el programa "Que nos queremos cargar entre nosotros, es cierto". Es cierto que durante toda la función los cuerpos experimentaron todo tipo de cargadas y todo de traspaso de peso que pueden haber entre dos cuerpos o más, pero dejaron morir los tiempos. Cuando se lograba encontrar un momento de intercambio o conexión, se hacía tan extenso que la atención y la tensión del público se perdía.

Lo que se proponía en relación a la música generaba desconcierto, ¿qué rol juega la música?  ¿Es un recurso que los afectaba o no? ¿Cuándo los afectaba y cómo? Se proponían pasar por distintos tipos de música desde mantras constantes que hacían al espectador entrar en un estado meditativo hasta música de baile de salón, salsa, forró, bachata, cumbia y demás. Resulta que como recurso para un ejercicio de investigación corporal es espectacular, como impulso, como punto de partida, como catapulta a la creación, pero no así para llevarlo a escena. Pero he aquí otro cuestionamiento ¿dónde están los límites de la escena? ¿Quién determina los tiempos escénicos: la muerte misma de la escena, las-los bailarines, las-los creadores, las- los intérpretes, las- los  directores? ¿Cuán relativo es el tiempo escénico entre quién lo ve que y quien lo hace?

El momento en el que se establecieron conexiones entre dúos resultó llamativo. En ese momento se introdujo la palabra y el contacto con el público. Lo segundo resulta más interesante que lo primero, porque nuevamente ocurrió que abusaron de un recurso, la repetición. La palabra resultó sumamente interesante, causó sorpresa, risa y picardía en el público, pero el dúo que realizaba este ejercicio escénico lo repitió en los cuatro frentes de la sala, resultando redundante e innecesario, repitiendo las mismas palabras, las mismas posiciones y juegos corporales. Respecto al contacto con el público resultó una experiencia muy interesante, ver las distintas reacciones de cómo estos cuerpos desnudos se apoyaban o le hablaban a los espectadores causando expectativa y rompiendo parámetros escénicos.

La obra resulta ser como dice el programa una serie de ensayo, una apertura de un trabajo, de una exploración minuciosamente sobre el cuerpo. Sin duda un desafío para cada una de las ocho personas en escena. Pero deja en el espectador algo más que no es el placer visual, la metáfora y lo simbólico sino una sensación de querer compartir la experiencia con otro, debatir, reflexionar y cuestionar.

 

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