Bendita tú erés entre los hombres con gomina
Crítica sobre el espectáculo de "La cumparsita" en el Sala Principal del Teatro Solís.
Escrita por Federico Sosa.
Si La Cumparsita, como obra de arte plástico musical, pudiese encarnar forma en contraposición a la del éter, lo haría en la de una diosa griega para los amantes del Tango. El Tango, género artístico que se ha manifestado en la disciplina de la música, pero que también se desarrolla con otras de igual jerarquía: Poesía, Danza y Plástica. La cohesión de estas disciplinas hace que el Tango permanezca en constante manifestación y transformación durante los procesos evolutivos de nuestras sociedades del Río de la Plata. La magnitud de la mística humana que genera La Cumparsita, logra una relevancia en el tango como la que genera "El Pozo" de Onetti en la Narrativa Latinoamericana. Tanto la pieza de Gerardo Matos Rodríguez, como la primera novela publicada por Juan Carlos Onetti ejemplifican un quiebre de estilo para sus géneros.
"El Himno del Tango", así la han denominado varias veces en La Cumparsita 100 años + 1. Una única función, hecho que le otorgó un carácter ceremonioso al espectáculo. La Sala Principal del Solís fue abarrotada: los hombres en su mayoría eligieron ir de traje o saco; las mujeres notoriamente decididas a hacer uso de lo que se ha interpretado como "coquetería femenina" gracias a los estándares imperativos del sistema patriarcal: siempre maquilladas, bien peinadas, pendientes de una obligatoria necesidad de verse jóvenes y seductoras del otro en primer término antes que de ellas mismas.
El público le otorgó a este último espectáculo de festejos por el centenario del más famoso tango una jerarquía apoteósica, como la consagración de los héroes en dioses en la mitología griega. Por eso no fue un simple espectáculo: fue una ceremonia cargada de imágenes y símbolos místicos que reflejan la necesidad humana de creer en algo. Este "algo" proviene de la invención de un hombre: Gerardo Matos Rodríguez, quien de seguro nunca imaginó la repercusión de lo que había compuesto y mucho menos cómo sería la repercusión de dicha obra cien años más tarde.
Desencadenante de la vibración del público fue la presencia de figuras como Olga Delgrossi, Julio Cobelli y "Chato" Arismendi. Sólo con escuchar a las señoras que decían: "Te acordás de los bailes en el Club Armonía cuando cantaba Olga con su banda". Más o menos para que mis compañeros de generación se hagan una idea: Olga Delgrossi ha sido para estas personas en su juventud, lo que para muchos podría ser hoy Lucía Ferreira de La Tabaré, ¿y por qué no?, si de mujeres en la música hablamos no hay dos géneros más masculinizados como el Tango y el Rock. Enfundada en un vestuario negro y brilloso, con la melena rubia característica, su aparición despertó el aplauso ferviente y comenzó interpretando "Tu corazón" de E. Soriano y D. Ricciatti.
Pero el espectáculo no comenzó con la institución que es Olga Delgrossi, fue abierto antes por un hombre, la voz masculina del Tango ante todo. Ricardo Olivera apareció en escena con el porte erguido y seguro, su voz parecía bailar con la perfecta acústica de la sala, algo que me desconcertaba eran sus pantalones que parecían meticulosamente pensados para hacer notar la impronta viril del cantor. Ahí estaba reflejado a la perfección el carácter masculino de un género artístico que se inventó entre hombres, la necesidad de una imagen masculina inamovible, la configuración de una imagen: la del "macho tanguero".
La noche contó con la voz de Valeria Lima, quien se vestía de intérprete cuando olvidaba estar pendiente de mostrar su esculpido vestido de gala. Respecto a los músicos, nada más logrado que su excelente ejecución de los instrumentos y su apasionante interpretación de la intencionalidad artística, justo resultado teniendo en cuenta ese dicho de que "jugar con el caballo ganador" da resultado. Muy normal dado que la dirección estuvo a cargo de Álvaro Hagopian, distinguido director de orquesta a nivel nacional, que se repite tal vez en demasía en espectáculos del circuito institucional. El Chato Arismendi por su parte hizo gala de ser un invitado especial, jugó un rol importante porque proveniente de la Salsa y demostró que el Tango es ante todo un fenómeno sociocultural, su interpretación generó en el público una gratificante sorpresa.
Luciana Chiarella compañera del proyecto Jóvenes Críticos quien tuvo a su cargo entrevistar a los productores de La Cumparsita 100 años + 1, me hacía reparar en el buen manejo de luces que tenía el espectáculo. Algo muy bien logrado, la puesta de luces se destacaba enormemente apuntalando una armoniosa complicidad entre música y danza, creando una atmósfera netamente sensorial. Pero no tan así fue el rol de la plástica, en el homenaje que se realizó a los pintores Jorge Arroyo, Martha Escondeur y Jorge Páez Vilaró, sus obras no dialogaron con la música ni la danza, algo que hubiese coronado el festín sensorial que se vivía, sólo se limitaron a proyectar distintas obras en el momento de mención que le tocaba a cada uno de los artistas. El eje del espectáculo fue una alocución llevada a cabo por Ignacio "Nacho" Suárez y Roberto Méndez, dos voces en off que daban un hilo conductor al homenaje y que resultó ameno para el público, pero que podría omitirse si el diseño del espectáculo apunta en algún otro momento a conformar un "todo artístico".
No sabemos cómo serán los 200 años de La Cumparsita, aunque es seguro que quienes hemos asistido el 17 de abril al múltiple homenaje no estaremos, pero todo lo realizado en este joven siglo servirá de precedente para las generaciones venideras. Ya serán ellos quienes decidan qué lugar ocupa La Cumparsita en sus vidas y su cultura. Nosotros sólo podemos abonar con vivencias lo que en el futuro se tome como base para una nueva forma de ver el Tango. Uno de los hechos de éste siglo es que La Cumparsita posee su propio templo, el Museo del Tango ubicado en la pasiva del Palacio Salvo, allí le rinden culto al Tango y se jactan los discípulos de estar en lo que antes fue el nido de su himno. Paradójicamente La Cumparsita nació en una confitería, La Giralda, donde hoy se ubica el "monumento al falo" de Montevideo. Por estas sucesiones de hechos, dejo volar la imaginación y pienso que La Cumparsita tomará forma de diosa, porque es anidada entre hombres, y cuando los hombres necesitan de una mística que les alimente recurren a figuras femeninas para idolatrarlas, subirlas a un pedestal y glorificarlas. Destino que no sé si es el propicio para La Cumparsita, quizá, ella en la ventaja de ser inmaterial decida colarse a las filas feministas, y en doscientos años en lugar de glorificada la tengamos empoderada, todo puede suceder, aunque espero que los hombres no sigan usando ya gomina.